viernes, 16 de marzo de 2012

Un miércoles en la cintura del año

Hoy tomaba un paseo en motocicleta con el tiempo y me acordé cuando me diste la mano, yo todavía estaba acostada dentro de mi tumba, en aquel momento pensaba que era mejor ir encariñándome con la tumba, tu sabes, para que no estuviera tan fría cuando ya fuera inevitable, llegaste sin que te escuchara, no me asustaste, sino hubiera cerrado la compuerta y otra vez no te hubiera visto, pero esta vez llegaste diferente, no sé como, tú si sabes, pero igual nunca has querido contarme, porque ya me conoces y sabes que si me dices lo escribo y al rato todos se enteran, por eso lo guardas como un secreto. Tomaste mi mano suavecito y me diste tu mirada, esa mirada que ordena las estrellas por grupos, esa mirada que sin ser azul es completamente oceánica, me acariciaste con aquella mirada y yo quedé indefensa, vulnerable porque se me hizo evidente que no estaba enamorada y sin amor una mujer como yo es susceptible de cualquier mal, de cualquier peligro. Saque un pie de mi tumba, tan mía, tan tibia mi tumba, tan cómoda tumba, que a ratos hasta la compartía, pero a ti no te interesó entrar, sino sacarme, pero no lo dijiste, no me sermoneaste, no me forzaste, no me convenciste, sabias el secreto que vence a la muerte y no apelaste a mi razón que ya tenía olor a sepulcro sino a mi sonrisa, jamás le dedicaste una sola de tus palabras a mi experiencia e identificaste perfecto a la inocencia que saltaba alrededor de la muerte, desesperándola como solo desesperan los niños, con esa energía inagotable, con esas ganas de vivir que te dejan exhausto.


Llegué hasta ese recuerdo con el pelo alborotado, ahora que ya me tocas el pelo y ahora que ya te beso la pelona, acaricié la memoria de aquella noche de miércoles en que me tendiste una mano y salí de mi tumba, vestida aún de blanco para el corazón y negro para los pantalones que no sentían nada importante desde hacía mil años luz, sin pintura de labios porque para ese tiempo olvidaba que tenía labios hasta que mis ojos despiertos con tu mirada buena, amenazante de tan inofensiva, tus ojos esos me despertaron la mirada y cayó fascinada, casi viva sobre tus labios, anclada aunque analfabeta, me hablabas y yo que no podía escucharte, solo miraba hipnotizada el movimiento de tus labios, carnosos, rosados, entreabiertos para dejarme ver tus dientes y allí, donde jamás lo imaginé encontré por fin el antídoto contra el vacío, contra la lucha constante por morir seducida por la muerte. Como una ventana se abrieron tus labios retorciéndose despacio para dejarme ver tus dientes apretados, torcida la mandíbula y encendida la respiración, años, meses, semanas, días, horas, segundos, no sé con que se cuenta el tiempo que me esperaste, no sé como se cuenta el tiempo que pensé que no existías hasta esa noche de miércoles a la cintura del año cuando soplaste en mi oído y por primera vez un aliento se convirtió en vestido, una caricia en calzado, una mirada en collar, un beso en aretes y una sonrisa en peinado. Vestida de ti, vestida de vida.

Me desvestiste en un ritual lento, despacio me despojaste de los harapos que me cubrían y me vestiste de vida con los mejores atuendos, a lo lejos recuerdo el miedo sentado al fondo de la habitación queriendo llamar mi atención y yo concentrada en tu ritmo, lento, respetuoso ritmo que parecía decirme al oído “vamos mi amor, saca el último pie de esa tumba fría” y yo temblando y tu sonriendo y yo creciendo y tú esperándome, aguantando para que yo también despegara porque nada como estar en compañía de quién vuela. Descaradamente desafiamos la fuerza que mantiene de pie al mundo, yo ni siquiera me hubiese atrevido a imaginarlo, pero tú, etéreo me ofreciste tu mano y como pasaporte colocaste tu lengua sobre mi cuello y sin preámbulos me entregaste en la mano tu corazón latiendo acelerado, no sangraba, no dolía, solo un hálito de miedo lo rodeaba levemente pero es un corazón valiente que igual se dejó sacar para latir entre mis manos, en realidad no lloré, aunque por dentro lloraba por fuera solo temblaba, quizá fue el temblor lo que sirvió de combustible. Yo solo lo viví apenas si puedo explicarlo.

El punto es que de pronto, sentí el dolor que se siente cuando el temor sigue esperando en la silla de enfrente, me dolió un poco la primera vez que nos despegamos de las sábanas e iniciamos el vuelo, te diré que a pesar del dolor por la inexperiencia y el temblor de la primera vez, volar es un acto maravilloso que solamente he experimentado contigo a pesar de mi bagaje de vida, volar es exclusividad de tu compañía. Cerré los ojos porque le temo a las alturas, pero sentía el viento rozarme las ideas, sentía el cabello desordenado por el reto a la gravedad, irrespetuosos de las leyes que rigen al globo terráqueo aquella noche volamos sin plan de vuelo, sin torre de control, improvisado, inédito vuelo, en ese momento ni pensaba en que no se vuela eternamente y que parte de volar es aterrizar de nuevo con la esperanza de otro vuelo pero sin certezas en el bolsillo. No fue sino hasta que estaba de nuevo en la cama cuando pensé que poner los pies sobre el piso sería como firmar de nuevo contrato con la tumba.

Me miraste conmovido desde la pista de aterrizaje en la que convertimos aquella cama sin dueño, el frío del piso hirió mi pie y la realidad de la tierra a pesar de su séptimo nivel golpeó mi mente que acostumbrada al ring y al boxeo se puso pronto los guantes mientras me bañaba con jabón, por gusto, en balde me enjaboné toda la piel porque no se borró ni una sola de tus miradas, que desperdicio de baño que no lavó tu saliva, que no me limpió de tus besos y que no desaguó las caricias de toda una piel a la que no le bastaron las manos y que me tocó con cada uno de los vellos que te cubren el cuerpo a excepción de las palmas de las manos, las plantas de los pies, las orejas, una pequeña porción del cuello y la mayoría de tu cabeza. Igual me bañé y salí preparada para la vieja y triste rutina de morir de indiferencia y de ser desechada justo después de no decir más que “es tarde”.

Que irracional locura es el amor que tarda lo que le da la gana y no lo uno planifica, ya me había vestido de nuevo y tú también cuando nos atrevimos a vernos de nuevo a los ojos para descubrir que lo único claro de tanta turbulencia era la certeza de querer de nuevo desafiar a la máxima fuerza que organiza el planeta, la gravedad y nosotros, guerra perpetua. Aún hoy, meses, semanas, días, horas, segundos después de aquel primer vuelo, tiemblo al recordar el día miércoles en la cintura del año cuando me tendiste la mano para sacarme de la tumba en la que descansaba sin prisas y me instalaste en el alma la urgencia por volar, la gana de elevarme y desafiar la muerte y vencer al tiempo que nos persigue despiadado, siempre más a ti que a mí, aunque a mí me tortura y a ti te ataca, infame tiempo que nunca pareciera ser suficiente. Ahora, hoy, justo aquí, hemos dejado de ser errantes habitantes de la tierra para ser equilibristas, cada uno en la punta opuesta del alambre, cada uno con su propio tubo en las manos, un pie adelante y otro atrás, en el nuevo reto, lento, avanzando hacia la más elevada de las destrezas humanas, el equilibrio.

Que encontraremos al centro del alambre cuando seamos cada uno capaz de recorrer la mitad del camino, que habrá allí cuando nos encontremos, dos amantes del vuelo sostenidos equilibradamente sobre un alambre tensado en donde hemos vencido a la muerte, al olvido y al tiempo.


Importante: Esta nota está basada en las películas "El lado Oscuro del corazón".

jueves, 9 de febrero de 2012

Si me vas a crear expectativas...

Si me vas a crear expectativas acuérdate que por más que lo he intentado frenar, tengo un corazón libre que siente lo que le da la gana y una imaginación fértil que rápido inventa escenarios, no me hagas esperar por tí todo el día para cancelar a último minuto porque me llena una mezcla de frustración, tristeza y cólera que no se digiere sino después de varios días tomando agua, café y vino para que salga el nudo apretado que me queda en la garganta.

Si me vas a decir que harás lo posible por dedicarme un tiempo el día ese que ya habíamos acordado que resultaba complicado y que mejor no, no me digas luego que siempre esta muy complicado y que mejor mañana, porque se me olvida el acuerdo anterior y me quedo solita metida entre los edredones rumiando la rabia del cambio de planes.

Si me vas a crear expectativas acuérdate que cuando me conociste cargaba con una maleta llena de malas experiencias que algunas veces me persiguen hasta la oscuridad fría de la madrugada y me despiertan para reírse de mí por haber creído de nuevo en alguien y me da por pensar que se vive mejor encerrada en mí misma donde nadie me rompe los sueños y no tengo que esperar que el tráfico seda o los negocios se apuren para hacer un tiempito para mí.

Si me vas a crear expectativas acuérdate que yo tengo una confianza recién nacida que te cree temblorosa y cuando todo cambia, el choque térmico del aire produce torbellinos potentes en mi alma que empieza a girar en su propio eje y me mueve el mundo con la intención de activar mis sensores defensivos, mis alarmas interiores suenan enloqueciéndome y como un ejército S.W.A.T. vienen a mi mente todas las razones por las cuales no tengo que volver a confiar en nadie mucho menos en tí.

Si me vas a crear expectativas acuerdaté que cuando tú dices que desayunemos juntos, mi reloj despertador suena una hora antes de lo habitual para que toda yo, desde mis colochos alisados hasta mis zapatos combinados te cuenten al oído que me gustó tu idea y que me preparé para tí.  Si me llamas a cancelar hasta esa misma mañana estaré hermosa, hambrienta y furiosa, me resulta casi imposible dominar esa combinación y termino preguntándome, ¿Qué hago ahora conmigo a esta hora y así?

Si me vas a crear expectativas toma en cuenta quien soy y como pienso,  para que sepas que no bromeo cuando te ofrezco que te voy a esperar, no me dejes a merced de mi imaginación porque ella es una niña que sin mi autorización empieza a planear nuestro encuentro según mis necesidades desde ultra romántico hasta mega apasionado y luego me dejas con dos razones razonables pero insuficientes y por dentro todo es un puchero insatisfecho y abandonado al que no puedo si quiera ver a los ojos.

Si me vas a crear expectativas que luego no se cumplen déjame al menos escribir esta nota con todos los reproches que mi madurez no me permite hacerte por teléfono porque una parte de mí quiere ser muy comprensiva, quiere ser una dama y no una chiquita berrinchuda que pelea en contra del tráfico, de la cola del banco, de la misa de tu tía y la cena de negocios con el socio.  

Quiero que sepas que en el fondo de mi ser, allá en un rinconcito, comprendo que no podias imaginar como funciona una mente como la mía, una imaginación macabra como la mía, un alma vieja como la mía, un amor apretado como el mío, asi que te lo cuento para que por favor, la próxima vez que pienses en crearme algún tipo de expectativa, tengas al menos, la intención de cumplirla y la capacidad de superar los obstáculos que se te interpongan porque me encantaría, me fascinaría que me dejaras admirada, callada, sorprendida, me encantaría tener que tragarme mis palabras y rumiar el orgullo en lugar de la rabia. 

Así mi amor que la próxima vez cuando pienses en crear expectativas, hazlo solamente si en verdad crees que quieres cumplirlas.   Jugar con mis expectativas es jugar con mi tiempo, es jugar con mi mente, es jugar con mis anhelos.  Jugar con mis expectativas es jugar conmigo. Así mi amor que la próxima vez cuando pienses en crearme expectativas, hazlo solamente si en verdad crees que quieres cumplirlas. Te lo pido como una cortesía.

lunes, 23 de enero de 2012

El mundo se acaba


Rumores de fin de mundo rondan, algunos se ríen, igual algunos se ríen de todo y siempre, otros se preocupan, igual hay quienes se preocupan de todo y siempre, otros lo ignoran, igual no falta el que lo ignora todo y siempre.  Solo ella sabe lo que es vivir con el mundo roto, acabado, arrasado, destruido, porque el mundo se acaba para algunos y sigue para otros.

Ella nunca soñó con aquella bendición creciéndole en el vientre hasta convertirse en la luna llena, ella no planificó, ni contó los días, ella no vio las cualidades genéticas de aquel amor del cuerpo y consuelo de la mente, ella no soñó que hay amores que cambian la vida y que un varón en el pecho bebiendo de él  llena el mundo, el corazón, la mente y el alma como jamás lo había llenado ningún otro.  Ella no quería hacerlo su mundo, pero cuando tu mundo gira descontrolado y absurdo hasta que alguien tan pequeñito llega a tu vida y le pone un eje, una órbita, un sentido, resultó imposible no constituirlo en un mundo, en el único mundo coherente, en un mundo de pañales y sonrisas, en un mundo sujetado con la máxima presión con la que una pequeña mano sostiene tu dedo y lo lleva a su boca como acto reflejo.

Ella no conoció antes ni ha conocido después un mundo tan maravilloso como aquellos ojos igualitos a los del abuelo, aquella nariz fabulosa que no tiene precedentes en su familia, aquellas manos gorditas de dedos gigantes que tomaban su pacha desde los 5 meses.  Ella sabía de oídas que el Universo es enorme y que hay miles de estrellas pero a ella le bastó con el sonido de su risa jugando escondidas para opacar cualquier astro, para llenar cualquier agujero negro.  Quizá otro tipo de gente pero no ella, ella no pensaba que estar de frente esperando atestiguar los primeros pasos de alguien tan chiquito diera tanta alegría como si el alma no cupiera dentro del cuerpo.

Ella era todo lo que él tenía y no necesitaba más porque ella todo lo dio, todo lo compró, todo lo consiguió, todo lo disfrutó…mil caricias, millones de besos, le besó las uñas después de cortárselas, le besó los dientes cuando le salieron, le besó la boca llena de zanahoria cuando experimentaron juntos a comer cosas anaranjadas porque así  lo recomendó el doctor.  Le besó los pies antes de que caminara y se los volvió a besar después de los primeros pasos, le besó los mechones de pelo cuando al fin le salieron después de casi un año de estar esperándolos, le besó las primeras palabras con ese tono de voz ronco como de señor panzón que tenía.   Le besó los calzoncillos cuando dejó los pañales y le besó el morete que le salió por pegarse contra el suelo persiguiendo una pelota gigante con cinco colores que le compró en el verano.

Ella hizo de él su mundo porque amar así no conoce de límites ni de medidas, vivía pendiente, de cada cosa, de cada detalle, de cada canción nueva que cantaba con sus medias palabras sin “R”, le aplaudió cada gracia, le lloró cada dolor hasta que aprendió a reconocer los males por sus nombres y las medicinas por su capacidad para aliviarlos. 

Le vio leer sus primeras letras y escribir su nombre con buena letra, lo vio ganar su primera medalla y tocar la guitarra arrinconada en el closet hasta lograr convencerla para recibir clases y arrancarle a aquella guitarra una canción de verdad, lo vio muchas veces dejar los ruedos atrás y alargar aquellas piernas hasta volverse más alto que ella pero jamás más importante.  Él siempre tratándola como si fuera ella el centro del mundo y dejándose querer como aceptando ser el centro del mundo y allí en un nudo perfecto un mundo perfecto.

Ella amó cada uno de los amores que a él le cupieron en el alma, amó a la maestra a la que le compartía su chocolate del viernes, amó a la chinita de pelos ultra lisos que le mandó una tarjetita cuando jugaron amigo secreto en segundo grado, amó a la rubia nueva que le robó la concentración en primero básico, cada una de ellas le dieron algo que ella no podía ofrecerle, así que se conformó con amarlas también.  Amó con él los desvelos de hacer carrera, los libros gordos y las partes del cuerpo que estudió detalladamente para ser doctor, amó su bata blanca de estudiante y su bata blanca de profesional, amó sus desvelos de hospital y sueros, amó su inteligencia y su carisma para sanar los cuerpos, ganarle a  las enfermedades y aliviar las almas de los que padecen algún mal.

Aquel hombre en que se convirtió su bebé era ahora un universo completo, con clínica, esposa, operaciones de emergencia, carro del año, placas de reconocimiento, almuerzos de domingo, maneras de caballero, menciones en revistas especializadas, invitaciones a los Estados Unidos y España, chequera de oro y sonrisa de cielo.  Aquel mundo era más, mucho más que lo que ella hubiera imaginado jamás,  ocasionalmente recibía flores con tarjetitas llenas de hermosos mensajes, nunca esperó aquel muchacho a que fuera mayo para hacerla sentir la reina del mundo, una cita los dos solitos cada par de meses.  Una esposa hermosa y dulce, que lo miraba como se mira la luna cuando es octubre en el calendario.  

Era jueves, un jueves de marzo cuando se quebró el orden que rige el mundo, el medio día asomaba con el calor asoleado de los medio días de marzo, ella ordenaba unos libros porque necesitaba encontrar y volver a leer “El Alquimista”, estaba  sentada con las rodillas cruzadas y las piernas enrolladas como en postura hindú cuando sonó el teléfono la primera vez,  si me levantó ahorita me mató pensó y se quitó los libros de encima uno a uno, sin prisas, el teléfono dejó de sonar y ella apenas lograba estar de rodillas frente al mueble para apoyarse y dar el impulso final que la pondría en pie.  Apenas se incorporaba cuando sonó la segunda vez el teléfono y ella contestó la peor llamada de su vida, fue como un tiro de gracia entre las cejas, como una puñalada en el corazón, como que le fracturáran ambas piernas, como que le explotara el cerebro, como si todos los ruidos del planeta se callaran, como si se hubiera terminado el oxígeno para siempre.  

Primero no pudo creerlo, después se enojó, después quiso morirse ella también, después quiso ser fuerte para la mujer joven y hermosa que lo amaba todavía sin poder entender su  joven viudez, después dejó de comer, después comió sin sabor, después no paso nada por mucho tiempo, solo tiempo sin nada, tiempo vacío para seguir viviendo porque el aire es gratis y el corazón no pide permiso para seguir latiendo.  El mundo se detuvo, la tierra dejó de girar, la atmosfera se desvaneció, el cielo se oscureció irremediablemente, los océanos se secaron así como sus ojos, los oídos se ensordecieron, no quedó nada, nadie, solo vacío, solo dolor, un dolor pegajoso y podrido, pestilente y contagioso, su mundo se acabó y todo lo demás seguía viviendo como si nada importara. Así es el fin del mundo, así se siente, así huele, a flor, a flor de cementerio, a vela de funeral, a silencio en el celular y a repisas sin flores con tarjeta, a ausencia.

Otra vez era jueves, solo que esta vez no sabía que mes deshojaba el calendario, otra vez era medio día solo que en esta ocasión caminaba, vestía un sueter porque tenía un frío permanente instalado desde que se acabó su mundo, llegó al restaurante como  en trance, así hacía todo ahora, sin ganas, sin sentido.  Realmente llego porque ella le insistió mucho, porque ella le juró que era algo sumamente importante que no podía tratarse en la habitación de donde no salía desde hacía semanas.  La vio de lejos en la mesa redonda en el fondo del salón, sintió un escalofrío en la espalda y las lágrimas le brotaron sin permiso como en ríos por las mejillas.  La saludó con un abrazo apretado, aquella  mano pequeña y joven secó sus lágrimas cayendo insolentes sobre sus mejillas viejas y sus ojos cansados.  

Yo las veía de lejos, sin interrumpir, observando con mi limonada rosada y las manos temblando de emoción, la nuera le habló lentamente y le enseñó un sobre sellado, ella lo abrió y leyó los papeles, luego vio las fotos y entonces como si estuvieran absolutamente solas en el patio de su casa, aquella mujer se levantó, elevó su mirada al cielo y dijo en voz alta casi a gritos: Lo sabía, sabía que no ibas nunca a dejarme sola, lo sabía, sabía que alguien como tú no se va y abandona de esta manera, eres  un caballero, eres la luz.  Tramposo!!! Adorable tramposo!!!  Dos, dos nietos para que aprenda a amar el doble, para no irte nunca y jamás irte del todo, para no dejarnos solas, para que el amor alcance para curarnos el corazón….Ahhh, dos nietos!!!
Sonreían en un extraño ritual de lágrimas y abrazos, de bailes y besos en el pelo, de tocarse el vientre y tomarse las manos, se tomaron como cien vasos de agua y dos tazas de té, se abrazaron hasta desgastarse y finalmente se quedaron calladas, mirándose como si vieran la luna en octubre, sus rostros eran otros, iluminados, llenos de una esperanza  recién nacida. 

Se despidieron con mil planes en el bolsillo, la joven lista para engordar a gusto por primera vez en su vida y la mayor, lista para tejer el primer suetercito de su vida.  Y así el mundo no acaba nunca, porque deja de girar un jueves pero vuelve a renacer otro jueves, porque se van unos ojos que son el sol y nacen otros que son las estrellas, y así otra galaxia, otro planeta se llena de vida, de colores, de motivos para seguir viviendo y así no importa quien predice un terremoto o quien vaticina otro desastre, los verdaderos desastres pasan cada día a cada segundo, simultáneamente con los verdaderos milagros.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Lucía.

Lucía tiene unos hermosos ojos negros que son indiscretos como vecina solterona, unas largas piernas que de niña la hacían siempre pasar las peores vergüenzas y de adulta se las envidian las mujeres  aunque no se las miren los hombres.  Lucía es morena y tiene un cabello oscuro que de origen es rizado pero que vive alisando y domando como si cambiándose el peinado lograra domarse las ideas.   Lucía es analítica como investigador de morgue y directa como autopista de peaje, es dulce pero casi no se le nota, es desconfiada de las buenas intenciones y agradecida con las buenas noticias.  Lucía tiene unos labios breves que cuando sonríen dejan descubiertos unos dientes parejos en los que ha invertido su sueldo desde el primero que ganó empeñada en lucir una hermosa sonrisa como único tesoro.

Lucía es apasionada en lo que hace y tímida ante los retos, Lucía recibe agradecida de la vida lo que va apareciendo que le explique los enredos del alma y lo comparte entusiasta con todos los que a ella se le van ocurriendo pudieran estar padeciendo del mismo mal para el que encontró un alivio.  Lucía es sociable, disfruta salir y comer fuera, cenar sushi y tomar vino, Lucía es seria cuando está poniendo atención y se sonroja como manzana cuando no puede controlar un pensamiento atrevido que se le escapa por los ojos que indiscretos la traicionan.

Lucía no se daba cuenta que él la veía,  llegaba allí como llegaba a cualquier empresa de las del listado para el día, con sus mil penas a cuestas, pensando  en el ticket del parqueo y en la cuenta del supermercado,  ella le atendía amable como atendía a todos aunque jamás dejó pasar desapercibido los modales de caballero y los ojos buenos.  Lucía le miraba temblar sin distinguir sus ansias, le miraba desde su posición laboral, le miraba como se mira al que toma las decisiones y no se percató de cuanto tartamudeaba, de las manos sudando, ni de los ojos viajando alejados de la presentación empresarial.  

Años, muchos años pasaron y Lucía siguió su doloroso camino por la batalla que emprendía cada mañana contra el mundo, unos días radiante de positivismo llegaba hasta la elevada oficina en que él se gasta la vida, él sonreía y le daba tres frases de conversación que ella siempre interpretó como  inusual cortesía. Otros, los días grises, llegaba Lucía cargando el mundo entero sobre sus hombros, callada, con la siniestra sombra de la derrota rondándole la mirada, entonces él se esforzaba, conversaba de más y sus ojos buenos se transformaban en un torrente de ternura que ella interpretaba como solidaridad.

Lucía que conocía solamente el amor en el que uno de los dos da todo y el otro lo recibe exigente,   tomó años  en distinguir el amor callado de aquel hombre discreto, lo encontró primero en la prisa por  verla, no dejó que nadie sino él la atendiera siempre, cada presentación, cada visita, siempre él.  Lo fue reconociendo en la amabilidad de sus maneras, en sus sonrisas tímidas y sus palabras temblorosas.  Una noche se descubrió a sí misma con una de aquellas sonrisas magníficas interrumpiendo la rutina de sus sueños, despertó agitada, se regaño severamente e intentó dormir de nuevo pero solo consiguió fantasear con los recuerdos, desordenados recuerdos de aquel caballero y sus combinadas corbatas de seda y sus anteojos  de marco delgado y su reloj perfecto.

Lucía se moría de miedo porque una cosa es soñar una noche con la sonrisa de un amor  tan hermoso como prohibido y otra muy distinta es tomarse un café expresso mientras te cuenta despacio de su vida como si no le estuvieran robando el tiempo a la vida que celosa espera a  que vuelvan a la realidad que les espera afuera implacable y sin disimulo posible.  Lucía terminó el café y se dejó querer como quién inocente no se entera que sonriendo con los ojos llena el ambiente de suspiros disimulados en sonrisas nerviosas.  Días, semanas pasaron mientras él pudo reconocer la puerta del alma que ella dejó abierta desde aquel mensaje en que le hizo sentir como si nada de lo demás tenía ninguna importancia solo él y sus ojos buenos, solo él  tartamudeando mientras la invitaba a comer un almuerzo, cien veces se sobó las manos en el pantalón intentando inútilmente secar el sudor indiscreto.

Lucía se chocó contra el amor y no sobrevivió, le desnudaron los ojos y le leen el alma desde el primer saludo, se le coló despacio pero firme, perdió la batalla por querer sin amor  y está al borde de la locura compartida que solo da la pasión cuando se atiza el fuego de lo secreto.   Mil sonrisas de media mañana se descubre  solita en medio del tráfico, mil dudas se espanta cada noche con una llamada que le calla los pensamientos y le alborota los sentimientos como mariposas en invernadero.

Lucía se queda sola en su cama gigante mientras él regresa a su cama compartida en donde jura que la sueña,  por eso cuando tienen el lujo de un par de horas juntos, ella le toca despacio para sellarlo, lo besa en cada centímetro del cuerpo para que ninguno de sus átomos se olvide de ella mientras cumple con su responsabilidad del amor bendito con apellido y domingo.   Lucía ya no llora mientras se baña, Lucía ya no carga el mundo sobre sus hombros, Lucía ya no lamenta los lunes, porque los lunes prometen cielo.  Lucía se chocó contra el amor y no sobrevivió,  le invadieron los sueños y  le prometen paraísos que casi siempre se cumplen.

Lucía se esconde del mundo con una soltería sin tristezas  que nunca falta quien cuestione, Lucía sabe que nada así de prohibido dura para siempre y que algún día se termina como se terminan los sueños, pero igual lo ama mientras dure porque no se deja pasar algo tan bueno, aunque se pague con lágrimas, si igual los malos amores cobran muchas lágrimas que ni siquiera desquitaron con tanta gloria.  Él casi nunca toca el tema porque el secreto le come los sesos cada día de los cinco en que se hablan, él lleva a cuestas las ganas y el horario desordenado, él la quiere como se quiere lo que no se tiene del todo, y ya se despidió de ella pensando que un día de estos, la tierra gira y aparece un buen amor que no tiene como requisito andarse escondiendo y se acaba el paraíso y queda solo el recuerdo, la satisfacción de no romper con la responsabilidad porque la familia es siempre primero y nadie quiere huir de un hogar donde no pasa nada, ni siquiera gritos, donde no se dan explicaciones ni se exige felicidad como requisito indispensable.
Lucía está viviendo el amor más grande de su vida mientras tiene que huir de sus propios pensamientos, de las preguntas de los demás y de la culpa, Lucía está viva y ese amor es su oxígeno, Lucía se chocó contra el amor y no sobrevivió.

Mientras le leo estas líneas Lucía abre grandes sus almendrados ojos oscuros y su rostro moreno se palidece por unos segundos mientras aprieta sus finos labios haciendo un puchero divino, me mira y como un hechizo cae una lágrima gorda sobre su mejilla suave, lentamente toma mi mano y la aprieta en silencio, en la copa queda aún un sorbo de vino, empina la copa y se toma la otra lágrima que alcanzó todavía caer sobre el vino, baja la copa y levanta la mirada, abre la boca en un intento de palabras pero no sale más que un suspiro, es casi un pujido, en un gesto automático pasa las manos por su cabello que hoy tiene recogido en una cola baja, sobria, casi elegante.  Me mira con sus indiscretos ojos intensos que desde su silencio agradecen la expiación de aquel pecado de amor, la liberación del peso de un secreto, el alivio que da tener un testigo.  En un hilo de voz como quién respira apenas Lucía me dice: Gracias por contarlo, gracias porque yo solo puedo vivirlo, solamente en algo habré de corregirla:  Me choqué de frente con el amor y gracias a eso sobrevivo.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Adolorida


Hoy amanecí adolorida, adolorida del cuerpo que es lo que menos duele, adolorida del alma que es muy doloroso y adolorida de las ideas que taladran implacables dentro de mi cabeza peleando por un lugar que no quiero darles, ya no quiero más historias, mucho menos una historia sin sentimientos, sin la oportunidad de pensar en una esperanza de amor libre, de amor bueno, de amor inofensivo.

Cómo haces para enfrentar la vida sin mí, cómo vas a asistir a aprender inglés sin mis ojos al otro lado del salón de clases, cómo planeas pasar por los mismos lugares sin la posibilidad de mi compañía en el asiento del copiloto, cómo? Cómo?  Enséñame por favor, porque yo también quiero protegerme del vacío que produce tu ausencia, enséñame por favor porque yo también quiero morir al optimismo de ser amada y amar así de intenso como cuando la puerta se cerraba y nuestros cuerpos tan diferentes encontraban el espacio perfecto en donde las dimensiones no tienen ninguna importancia y todo pareciera bastar.  Allí en donde ninguna de nuestras muertes nos oscurecía, allí en donde entrabamos listos para vivir el momento sin armaduras, sin las ataduras de pretender ser siempre quien sabemos que no podremos ser, solamente allí, allí en donde se vale reírse de todo, de ti, de mí y de nosotros juntos, allí donde te enseñe acerca  la piel y tú me enseñaste sobre el dominio propio.  Allí en nuestro espacio separado del mundo y sus reglas en donde el secreto no era necesario y tú aprendías a hablar y yo aprendía a callar y a esperar hasta que el universo entero se movía y otra vez coincidíamos.

Cómo haces para ver tu celular y no esperar mis besos, cómo haces para que un carro te llene, cómo haces para borrar mi rastro en tu cuerpo si yo tengo el mío plagado de tus marcas, cómo lograste desconectarte de mi alma vieja y mi cuerpo de niña,  si yo no puedo olvidarte, no puedo ignorar tus botas y tus pantalones desgastados, tu aspecto tosco y tu acento chistoso, tus manos grandes que me levantaban sin ningún esfuerzo aparente, cómo miras esas tontas caricaturas sin tener mis piernas enredadas en las tuyas, cómo lo logras? Cómo lo haces? Dime porque yo necesito aprender, quizá si me enseñas a aislarme de lo que amo habré aprendido la más valiosa lección en la vida y entonces en verdad dejaré de ser loca y extraña para ser solamente la mujer pequeña a la que haces gritar de pasión compartida, de energía sin límites.

Cómo dejo que el tiempo pase sin que pase nada, cómo espero mañana sin que me duela hoy, porque hoy, amanecí  adolorida, adormecida aún por el sueño de que venzamos al destino necio que nos dejó conocernos y que me dejó amarte para perderte, ummmm…..no, para no tenerte nunca, aunque fue muy bello el sueño.

Me voy y atrás dejo la esperanza de que algún día me entiendas, te dejo en libertad para que no te sientas responsable de los años que nos separan, me voy para que ya no tengas que inventar pretextos para seguir muerto en vida, me voy para que sepas que te perdono por intentar y no lograrlo, me voy tranquila aunque me duela, me voy en paz a pesar del distinto desenlace que tenía en mi mente para esta historia, me voy mi amigo, me voy pelón a donde no me persigan tus manos gigantes y tus pies enormes, me voy con mis colochos a donde no tenga que limitarme, a un amor que no le asusten mis versos, a un cariño en donde quepan los besos en cada milímetro del cuerpo, me voy para que te escondas en una guarida más grande porque aquí no cabes, aquí nunca entró tu cabeza redonda sin pelos, aquí se quedan conmigo los besos robados de labios magníficos, aquí guardaré un dulce recuerdo de lo que pudo ser y no fue, aquí me quedo yo en el mismo  pueblo de mi infierno grande, mientras te vas a viajar el mundo, cuando vuelvas sin ti, porque uno se queda exactamente en donde empieza a huir,  con gusto te devuelvo la despedida sin lágrimas, la pasión espontánea, el amor que de tanto disimular se nos miraba en los ojos.

Estoy adolorida y quisiera aprender tu técnica para no sentir, pero no puedo por más que intentaste entrenarme, perdóname por amarte sin tu permiso, por reclamarte a pesar de que siempre me advertiste que no había en tu alma espacio para el amor, perdóname por hacerte reír, perdóname por las llamadas perdidas, soy un desastre con el celular y se me pierde dentro de la cartera, perdóname por el susto, perdóname por esta carta.  Necesitaba la despedida, el reclamo, la aclaración…Hoy amanecí adolorida y me taladran implacables los recuerdos en la mente.

Tú ya te fuiste y yo quisiera saber cómo lo haces, tampoco puedo irme así, de modo que me iré a mi manera, lentamente, dulcemente, adolorida pero entera, con la lección aprendida y tus besos en la palma de mi mano, con el ruido del motor de tu carro en mi memoria auditiva, con tu juventud en mi bolsillo y las mil veces que me dijiste que tengo una cara bonita, me voy a mi modo y me resigno a que te vayas a tu manera pelón, así, sin mí y sin ti.

martes, 29 de noviembre de 2011

No pasó nada...


No pasó nada en realidad, no me besaste ni te besé, no me juraste que me amas ni tuve nunca que decirte que mi corazón se acelera cuando te veo de lejos, nadie se dio cuenta, ni siquiera él, ni siquiera ella, nadie.  En realidad no pasó nada, fue una sonrisa con ojos iluminados y un saludo idéntico al que le das a todas en ese lugar.  Ni siquiera un segundo más detuviste mi mano, ni siquiera una leve respiración fuera de lugar al momento del beso en la mejilla, nada que nadie pudiera advertir, nada,  no pasó nada.

Pasó que llegamos allí como cada jueves, en familia como siempre, ese día me dolía la autoestima porque el cierre de aquel pantalón negro no quiso subir, ese día me dolía la maternidad porque sin importar cuan pesadas estaban las verduras y el tiempo que me tomó cocinarlas y licuarlas, igual Matías no se las comió y me escupió sobre la blusa rosada para la que ahorre dos meses antes de poder comprarla, me dolía la pasión que ya no se invoca en mi cama desde el día en que por ley se rompió la cuarentena de allí en adelante puro deber, hacer el amor como quién completa un formulario para un trámite bancario, rutinario, aburrido, por cumplir y para que se quede quieto el cuerpo, con poco preámbulo, sin ninguna palabra, un par de pujidos en silencio, un beso de rigor para agradecer el momento sin tener que decir nada porque si abro la boca se puede salir la frustración y no quiero discutir ahora, en fin, me dolía la pasión, la inexistente y resignada pasión. 


Así llegue como cada jueves, puntual a la cita con el único lazo que nos queda con las ganas de hacer algo juntos y solos, un pequeño grupo de parejas cada uno con sus intenciones, cada uno en sus propias luchas, cada uno con su vida a cuestas, pero juntos intentando entenderlas, juntos intentando que alguien nos diga que al menos estamos en el camino correcto, aunque duela, porque al fin y al cabo el amor duele, no?  Solo que aquel día me dolía la tos de Isabella que no se cura con nada y que pareciera estar demasiado encariñada con sus bronquios, me dolía el pelo, de verdad, lo prometo, me dolía el pelo en la misma cola de  los últimos cuatro años, con el mismo peinado y el mismo aire de descuido, me dolía la oreja cargando los mismos aretes sin que nadie se diera cuenta, me dolía la rutina del día corriendo en el tráfico, el jefe que piensa que soy muy capaz y que siempre elogia mi liderazgo que no funciona en cuanto se cierra por dentro la puerta de la casa.

No sé cómo pude acumular tantos dolores, quizá era eso lo que me tenía enojada, un enojo secreto desde el mismo momento en que abrí los ojos  por la mañana hasta el momento extraño en que me viste a los ojos, volteaste al frente y volviste a verme de nuevo solo que esta vez con una sonrisa y un leve movimiento de cabeza.  Me dolía todo y tu parecías haberte dado cuenta, será que te fijaste que me dolían las uñas sin esmalte,  porque también me dolía el almuerzo calentado en microondas  servido sobre una torre de papeles pendientes de mi firma en mi escritorio gigante del que no me levanto más que para ir al baño y atender las reuniones de junta directiva, claro que para ser justa también me dolía la extraña e incómoda sensación de no estar haciendo bien las cosas en mi casa, me dolía el árbol artificial de navidad tirado a media lavandería y las luces enrolladas esperando a que alguien tenga tiempo para armar y decorar.  Me dolía la tristeza profunda que siento cuando Magaly me dice cada diciembre que se quiere ir a su casa y que vuelve en enero, me dolía el callado miedo que siento de que no vuelva y que mi vida se convierta en un caos descontrolado.

Me senté en la silla de la esquina al lado de él como siempre y con todos mis dolores a cuestas pero con la entereza de un roble que jamás cuenta su secreto, su secreto dolor, su secreta angustia por no ser suficiente, su secreto miedo por sentir que ocupo el lugar de alguien más,  su secreta súplica porque nadie se de cuenta que cada día dejo al menos cinco de los ítems de mi lista de actividades sin realizar y que algunas otras simplemente las delego sin volver jamás a revisarlas o pensar en ellas, Dios bendiga a mi asistente, a la recepcionista, al mensajero, a Martita por traer queso y crema frescos cada semana, a Juan por subir hasta la oficina a cobrar por el lavado del carro, a Magaly por supuesto,  por despertarse cuando el sol ni se acuerda que tiene que salir otra vez, por el orden de la cocina y los pisos brillantes, por la ropa planchada y los niños cargados para que no lloren cuando me voy y para que no corran a encaramarse en mi cuando vuelvo.  Gracias a todos los que son mis cómplices en esto de ser tantas cosas al mismo tiempo y todas a medias.

Sentadita con cara de licenciada porque ya no sé como se quita la cara que dice, tranquilos todos porque yo estoy a cargo y tengo todo absolutamente todo bajo control, sentadita allí adolorida en la profesión que se volvió en un gigantesco agujero negro absorbente y exigente que se come la mayoría de mis horas y la gran parte de mis emociones, adolorida con la tarjeta de  membrecía del gimnasio que duerme el sueño de los justos dentro del cenicero de mi carro, adolorida con las pláticas nocturnas que son como un pequeño repaso de actividades, comentarios inofensivos sobre las noticias en la vida de los demás, anuncios familiares y recordatorios de actividades.  Algo como: -Hola, me mataban los zapatos, que rico al fin poder quitármelos. – Si, yo también tuve un día pesado, pero la otra semana se entrega el reporte y espero yo que baje la presión de los socios. -Ummm, así va a ser, ya vas a ver.  En la tarde me acordé que mañana es el cumpleaños de tu mamá y mandé a Martita a que empacara aquella bufanda que compramos el otro día, te acordas?  – Ahhh, si, gracias!! No sé que haría sin ti. Te cuento que pasé recogiendo a la Luna, que perrita tan linda, la dejaron bellísima, me gusta más esta peluquería y cobran más barato.  Mira y  pagaste la tarjeta?  Yo si mandé el pago de la luz, Cristy me hizo favor de hacerlo en el banco.  – Si mi amor, todo al día, buenas noches. - Buenas noches chinita, te quiero.  –Yo también.

Misma conversación, distintos anuncios, siempre, cada noche la misma cosa que quién paga el teléfono y que cuando vence el seguro, que si Matías esta re grande y que si Isabella cortó el vestido de la muñeca de su cumpleaños, que si me duele la cabeza o si te da reflujo, que si muero de cansancio o si esta horrible el tráfico, que si la noticia esta muy fea o el café de esa marca mejor que el otro, que si ya no hay pasta de dientes o si me reí mucho de la Charo porque olvidó el celular otra vez en la mesa del restaurante solo que esta vez el mesero la corrió hasta el parqueo.  Nada nuevo pasa bajo el sol, nada nuevo pasa en mi vida, el mismo dolor, el mismo peinado, el mismo aburrimiento, el mismo almuerzo familiar de cada domingo, los mismos chistes, los mismos pleitos de Isabella y la Any por la misma muñeca, el mismo  amor rutinario de cada día, de cada semana, de cada mes, de cada año por los últimos once años.

Y yo allí, sentadita con todos mis dolores a cuestas y él que no se daba cuenta de nada de lo que pasaba hoy, debe ser por ese Iphone que vibra cada tres minutos y tú que te quedaste mirándome y mi corazón que saltó como si me hubieras descubierto robando, y el orador de hoy que inicia su charla y Susy sentada atrás de mí contándole quedito a la Mary que se le quemó la lasagna en el horno nuevo, y Pepe que no deja de mover la pierna al otro lado del pasillo y tú que me miras por tercera vez y de nuevo sonríes como quien no mata una mosca.  Y yo que ya no tengo fuerzas para salir corriendo pero que con gusto me escondería de tus ojos comprensivos y dulces.  No sé en que momento terminó la charla y todos se ríen a carcajadas, no escuché el chiste, tú también te ríes y me miras por cuarta vez, intento reírme pero seguro no lo estoy haciendo bien porque te atraviesas el salón y ahora las piernas me tiemblan, las manos me sudan y quiero esconderme debajo de la silla plegable de la que me levanté apenas hace tres minutos,  cuando estas a tres pasos de llegar y mi hipnotizada mirada no se ha podido desprender de tus ojos observadores que me tienen marcada, sonó tu celular y un triste alivio resignado se instaló en mi alma.  Contestas y dices: - si don José, vamos a coordinar mejor esos despachos para la semana próxima pero ahorita no puedo atenderlo, estoy en una reunión importante, le llamo mañana temprano y elaboramos juntos los nuevos lineamientos de despacho, si, claro, gracias, buenas noches-.  No dejaste de verme ni un segundo de la breve conversación.  Ahora estoy temblando completa, de pies a cabeza y muero de miedo que todos se den cuenta, a ti pareciera no importarte.

Lentamente mientras avanzas los últimos tres pasos hacia mí, reviso mi aburrido vestuario y siento pena de mi bolso grande que no combina con los zapatos, ya no me dan ganas de cambiar de bolso.  Sonrío con fingida normalidad mientras tomas mi mano de nuevo y me das el segundo beso en la mejilla de la noche, él está a mi lado y ella está lejos, cerca de la mesa del café.  –Ánimo!- inicias diciendo, yo me sonrojo –todos tenemos esos días en que parece que nos levantamos con el pie izquierdo, pero este día está a punto de terminar y mañana todo será mejor-.   Sonreí sin decir nada por algunos segundos y como un silbido me salió un –gracias-.

Sonreíste de nuevo y seguiste caminando, al grupo de los hombres que trabajan sin corbata, no había pasado ni un minuto de que te uniste a la conversación y todos juntos soltaron la mejor de sus carcajadas.  Todos voltearon y allí fue que me viste por quinta vez.  Se me instaló la culpa en la panza, un sentimiento frío y punzante, un dolor más a mi colección de dolores pensé,  porque me dolió que te dieras cuenta, me dolió el orgullo y me dolió la vulnerabilidad, me dolió que hayas sido justamente tú y no él, me dolió la evidencia de que conoces a la perfección mi frustración, como si fuera algo que también te pasa, me dolió estar simplemente expuesta a que cualquier grupo de cinco miradas con sonrisa bondadosa me desarmen, me dolió mucho ser quien soy y me dolió mucho todo el tiempo que pensé que esta vida era justamente lo que quería.

No pasó nada, ni un beso, ni un mal roce, nada de nada, solo me pusiste en evidencia ante mi propia realidad, solo dejaste claro lo adolorida que me siento y lo sedienta que estoy por un poco de atención, solo fuiste inusualmente amable, solo me observaste y me abordaste para contármelo, solo me confrontaste conmigo, en realidad no pasó nada feo, nada pecaminoso, pero me avergoncé mucho, me dolió y me llené de culpa porque por primera vez en once años alguien se dio cuenta que esta carga pesa, que me siento cansada, aburrida, abrumada, adolorida y que no me gusta ser esta mujer en la que me he convertido.   Sentí culpa porque me encantó la forma como volteaste a verme las primeras tres veces, sentí culpa porque me fascinó la forma como terminaste pronto tu llamada para llegar conmigo y decirme unas palabras de ánimo, sentí culpa porque por algunos segundos mire tus manos y me gusto que fueran tan blancas y tan grandes, sentí culpa porque mi imaginación te dio un beso descontrolado allí, en medio de aquel salón lleno de gente, sentí culpa porque me dio rabia que existieras, es mucho más  fácil pensar que tengo los sentimientos muertos, enterrados, sentí culpa de la enorme tristeza de que nada pasara.  Porque en realidad no pasó nada.