lunes, 23 de enero de 2012

El mundo se acaba


Rumores de fin de mundo rondan, algunos se ríen, igual algunos se ríen de todo y siempre, otros se preocupan, igual hay quienes se preocupan de todo y siempre, otros lo ignoran, igual no falta el que lo ignora todo y siempre.  Solo ella sabe lo que es vivir con el mundo roto, acabado, arrasado, destruido, porque el mundo se acaba para algunos y sigue para otros.

Ella nunca soñó con aquella bendición creciéndole en el vientre hasta convertirse en la luna llena, ella no planificó, ni contó los días, ella no vio las cualidades genéticas de aquel amor del cuerpo y consuelo de la mente, ella no soñó que hay amores que cambian la vida y que un varón en el pecho bebiendo de él  llena el mundo, el corazón, la mente y el alma como jamás lo había llenado ningún otro.  Ella no quería hacerlo su mundo, pero cuando tu mundo gira descontrolado y absurdo hasta que alguien tan pequeñito llega a tu vida y le pone un eje, una órbita, un sentido, resultó imposible no constituirlo en un mundo, en el único mundo coherente, en un mundo de pañales y sonrisas, en un mundo sujetado con la máxima presión con la que una pequeña mano sostiene tu dedo y lo lleva a su boca como acto reflejo.

Ella no conoció antes ni ha conocido después un mundo tan maravilloso como aquellos ojos igualitos a los del abuelo, aquella nariz fabulosa que no tiene precedentes en su familia, aquellas manos gorditas de dedos gigantes que tomaban su pacha desde los 5 meses.  Ella sabía de oídas que el Universo es enorme y que hay miles de estrellas pero a ella le bastó con el sonido de su risa jugando escondidas para opacar cualquier astro, para llenar cualquier agujero negro.  Quizá otro tipo de gente pero no ella, ella no pensaba que estar de frente esperando atestiguar los primeros pasos de alguien tan chiquito diera tanta alegría como si el alma no cupiera dentro del cuerpo.

Ella era todo lo que él tenía y no necesitaba más porque ella todo lo dio, todo lo compró, todo lo consiguió, todo lo disfrutó…mil caricias, millones de besos, le besó las uñas después de cortárselas, le besó los dientes cuando le salieron, le besó la boca llena de zanahoria cuando experimentaron juntos a comer cosas anaranjadas porque así  lo recomendó el doctor.  Le besó los pies antes de que caminara y se los volvió a besar después de los primeros pasos, le besó los mechones de pelo cuando al fin le salieron después de casi un año de estar esperándolos, le besó las primeras palabras con ese tono de voz ronco como de señor panzón que tenía.   Le besó los calzoncillos cuando dejó los pañales y le besó el morete que le salió por pegarse contra el suelo persiguiendo una pelota gigante con cinco colores que le compró en el verano.

Ella hizo de él su mundo porque amar así no conoce de límites ni de medidas, vivía pendiente, de cada cosa, de cada detalle, de cada canción nueva que cantaba con sus medias palabras sin “R”, le aplaudió cada gracia, le lloró cada dolor hasta que aprendió a reconocer los males por sus nombres y las medicinas por su capacidad para aliviarlos. 

Le vio leer sus primeras letras y escribir su nombre con buena letra, lo vio ganar su primera medalla y tocar la guitarra arrinconada en el closet hasta lograr convencerla para recibir clases y arrancarle a aquella guitarra una canción de verdad, lo vio muchas veces dejar los ruedos atrás y alargar aquellas piernas hasta volverse más alto que ella pero jamás más importante.  Él siempre tratándola como si fuera ella el centro del mundo y dejándose querer como aceptando ser el centro del mundo y allí en un nudo perfecto un mundo perfecto.

Ella amó cada uno de los amores que a él le cupieron en el alma, amó a la maestra a la que le compartía su chocolate del viernes, amó a la chinita de pelos ultra lisos que le mandó una tarjetita cuando jugaron amigo secreto en segundo grado, amó a la rubia nueva que le robó la concentración en primero básico, cada una de ellas le dieron algo que ella no podía ofrecerle, así que se conformó con amarlas también.  Amó con él los desvelos de hacer carrera, los libros gordos y las partes del cuerpo que estudió detalladamente para ser doctor, amó su bata blanca de estudiante y su bata blanca de profesional, amó sus desvelos de hospital y sueros, amó su inteligencia y su carisma para sanar los cuerpos, ganarle a  las enfermedades y aliviar las almas de los que padecen algún mal.

Aquel hombre en que se convirtió su bebé era ahora un universo completo, con clínica, esposa, operaciones de emergencia, carro del año, placas de reconocimiento, almuerzos de domingo, maneras de caballero, menciones en revistas especializadas, invitaciones a los Estados Unidos y España, chequera de oro y sonrisa de cielo.  Aquel mundo era más, mucho más que lo que ella hubiera imaginado jamás,  ocasionalmente recibía flores con tarjetitas llenas de hermosos mensajes, nunca esperó aquel muchacho a que fuera mayo para hacerla sentir la reina del mundo, una cita los dos solitos cada par de meses.  Una esposa hermosa y dulce, que lo miraba como se mira la luna cuando es octubre en el calendario.  

Era jueves, un jueves de marzo cuando se quebró el orden que rige el mundo, el medio día asomaba con el calor asoleado de los medio días de marzo, ella ordenaba unos libros porque necesitaba encontrar y volver a leer “El Alquimista”, estaba  sentada con las rodillas cruzadas y las piernas enrolladas como en postura hindú cuando sonó el teléfono la primera vez,  si me levantó ahorita me mató pensó y se quitó los libros de encima uno a uno, sin prisas, el teléfono dejó de sonar y ella apenas lograba estar de rodillas frente al mueble para apoyarse y dar el impulso final que la pondría en pie.  Apenas se incorporaba cuando sonó la segunda vez el teléfono y ella contestó la peor llamada de su vida, fue como un tiro de gracia entre las cejas, como una puñalada en el corazón, como que le fracturáran ambas piernas, como que le explotara el cerebro, como si todos los ruidos del planeta se callaran, como si se hubiera terminado el oxígeno para siempre.  

Primero no pudo creerlo, después se enojó, después quiso morirse ella también, después quiso ser fuerte para la mujer joven y hermosa que lo amaba todavía sin poder entender su  joven viudez, después dejó de comer, después comió sin sabor, después no paso nada por mucho tiempo, solo tiempo sin nada, tiempo vacío para seguir viviendo porque el aire es gratis y el corazón no pide permiso para seguir latiendo.  El mundo se detuvo, la tierra dejó de girar, la atmosfera se desvaneció, el cielo se oscureció irremediablemente, los océanos se secaron así como sus ojos, los oídos se ensordecieron, no quedó nada, nadie, solo vacío, solo dolor, un dolor pegajoso y podrido, pestilente y contagioso, su mundo se acabó y todo lo demás seguía viviendo como si nada importara. Así es el fin del mundo, así se siente, así huele, a flor, a flor de cementerio, a vela de funeral, a silencio en el celular y a repisas sin flores con tarjeta, a ausencia.

Otra vez era jueves, solo que esta vez no sabía que mes deshojaba el calendario, otra vez era medio día solo que en esta ocasión caminaba, vestía un sueter porque tenía un frío permanente instalado desde que se acabó su mundo, llegó al restaurante como  en trance, así hacía todo ahora, sin ganas, sin sentido.  Realmente llego porque ella le insistió mucho, porque ella le juró que era algo sumamente importante que no podía tratarse en la habitación de donde no salía desde hacía semanas.  La vio de lejos en la mesa redonda en el fondo del salón, sintió un escalofrío en la espalda y las lágrimas le brotaron sin permiso como en ríos por las mejillas.  La saludó con un abrazo apretado, aquella  mano pequeña y joven secó sus lágrimas cayendo insolentes sobre sus mejillas viejas y sus ojos cansados.  

Yo las veía de lejos, sin interrumpir, observando con mi limonada rosada y las manos temblando de emoción, la nuera le habló lentamente y le enseñó un sobre sellado, ella lo abrió y leyó los papeles, luego vio las fotos y entonces como si estuvieran absolutamente solas en el patio de su casa, aquella mujer se levantó, elevó su mirada al cielo y dijo en voz alta casi a gritos: Lo sabía, sabía que no ibas nunca a dejarme sola, lo sabía, sabía que alguien como tú no se va y abandona de esta manera, eres  un caballero, eres la luz.  Tramposo!!! Adorable tramposo!!!  Dos, dos nietos para que aprenda a amar el doble, para no irte nunca y jamás irte del todo, para no dejarnos solas, para que el amor alcance para curarnos el corazón….Ahhh, dos nietos!!!
Sonreían en un extraño ritual de lágrimas y abrazos, de bailes y besos en el pelo, de tocarse el vientre y tomarse las manos, se tomaron como cien vasos de agua y dos tazas de té, se abrazaron hasta desgastarse y finalmente se quedaron calladas, mirándose como si vieran la luna en octubre, sus rostros eran otros, iluminados, llenos de una esperanza  recién nacida. 

Se despidieron con mil planes en el bolsillo, la joven lista para engordar a gusto por primera vez en su vida y la mayor, lista para tejer el primer suetercito de su vida.  Y así el mundo no acaba nunca, porque deja de girar un jueves pero vuelve a renacer otro jueves, porque se van unos ojos que son el sol y nacen otros que son las estrellas, y así otra galaxia, otro planeta se llena de vida, de colores, de motivos para seguir viviendo y así no importa quien predice un terremoto o quien vaticina otro desastre, los verdaderos desastres pasan cada día a cada segundo, simultáneamente con los verdaderos milagros.